Mi lugar quizás siempre estuvo aquí,

pero al regresar, que ya es tarde entendí,

pero al regresar, soy distinto al que fui.

 

Tiempo de Sol

(Abel Figueroa-Waldo Belloso)

 

El lugar sigue casi intacto, calle San Jorge entre San Fernando y Volantí, corazón de la Ermita de El Calvario. El frente del edificio es ancho y ya no tiene el cartel que lo identificó durante décadas: Piensos Cañaño. Pero el lugar tiene algo especial, tiene la nostalgia de un tiempo que se fue, el calor de voces reunidas para las “charletas” interminables de las tardes, la magia de los sitios elegidos y el territorio grabado a fuego en el corazón de generaciones de  palomistas santapoleros.

Terminaba la temporada competitiva allá por julio-agosto venían los tiempos de la pelecha, meses de hacer un parón, tomar aire, recuperarse de tantas emociones sueltas tras sueltas y aguardar –con renovada moral- la próxima temporada.

¿Quién empezó a rondar el sitio? No lo sé y casi es imposible saberlo. Pero algo es cierto: poco a poco, varios palomistas fueron coincidiendo buscando comida para sus aves, o para sus animales, o cualquier objeto para mejorar sus palomares. Y de esas visitas casi a diario, empezaron las mini reuniones, los temas del palomistas, concursos, posibilidades de triunfo con tal o cual palomo, el presente político, etc.

De dos o tres personas, pasaron a ocho, luego a doce y así la ronda se fue agrandando hasta que el dueño de casa consiguió un buen número de sillas para que los invitados se sintieran más cómodos.

-Te digo que a ese palomo le falta vuelta!, decía uno.

-Qué va, si tiene todo!, respondía otro.

Con esta simple observación comenzaba un diálogo en la que unos se volcaban con el que iniciaba la charla y otros con el que respondía. Y ahí se pasaban minutos y minutos, a veces interminables, sin llegar a un acuerdo de partes.

Luego llegaba el turno del día en el mar, esos hombres que comienzan la jornada a las 4 de la madrugada hasta las 5 de la tarde. Se analizaba el precio del pescado, el total capturado por cada barca, los beneficios de uno y otros, etc.

Y por supuesto, no podía faltar el tema de la política local y nacional. Todo un espectáculo de diversos análisis, opiniones y posicionamientos de cada tertuliano, donde rara vez había acuerdo, en medio de un vocinglerío que se oía a calles del lugar.

Es imposible olvidar esa postal que forma parte de la cultura de nuestra villa marinera. Está latente en el pecho de todos los que estuvimos muchas tardes de nuestras vidas, tranquilos o excitados, formando parte de una gran familia que ha ido de generación en generación desde hace más de 50 años.

Los palomistas son otros, pero todos tienen antepasados comunes, historias de abuelos a padres, de padres a hijos, de hijos a nietos, y que hoy por hoy, por esas cosas de la vida no pueden continuar con esa ancestral tradición oral.

Cuando llega el otoño y los primeros días desapacibles, el grupo volvía a su hábitat natural, la sede de la Calle Prudencia, 4, las charlas de cualquier tema continuaban vivas, comenzaban los primeros concursos de la temporada y se dejaba el ritual de la Calle San Jorge para el próximo año.

El sitio sigue ahí, erguido, esperando, no está el cartel, no están las sillas, no están los palomistas, pero algo flota en las cercanías, en los aledaños del Parque de la Ermita, como si esas voces lejanas retornarán algún día, alguna tardecita con suave levante, para seguir las “charletas”, discutir, analizar, coincidir, emocionarse  y, sobre todo, vivir !!!